Por Frei Betto: El COVID–19 y la vieja leyenda de Antígona y Antares

Colabora: Administrador

Publicado: 12 May, 2020

CRÓNICADIGITAL/Brasil.- Cada día vemos en los noticieros el suelo agujereado del cementerio, las tumbas en serie cual macabra dentadura de Tánatos esperando devorar los muertos. La pandemia crea situaciones inusitadas, entre ellas la de muertes sin funerales ¿Cómo es posible quedarnos al margen de un rito de pasaje tan ancestral, exclusivamente humano? En la naturaleza, ningún otro ser llora sus muertos y los reverencia en la sepultura.

Todos los pueblos ritualizan la despedida de sus muertos. Los rituales tienen un valor simbólico, expresan en liturgias lo que no conseguimos decir en palabras.

Ahora, el virus nos roba todo eso que traduce nuestros lazos de parentesco y amistad: visitar al enfermo, consolarlo e animarlo, preparar el cuerpo para el funeral, organizar el velorio, cumplir los rituales de entierro o cremación, ver el cajón descender a la tumba, orar juntos por el difunto, manifestar condolencias y abrazar a los más afectados por la pérdida.

Banalizada por la fuerza de la pandemia, la muerte descartable agrede a nuestra dignidad humana. Son tétricas las escenas de cadáveres recolectados por camiones frigoríficos y de sepultureros vestidos como astronautas. Ni los perros ni gatos domésticos merecen igual tratamiento.

Cinco siglos antes de Cristo, Sófocles trato el tema en una célebre tragedia, Antígona. Creonte, rey de Tebas, prohibió que Antígona sepultara a su hermano Polinices. El gobernante quería que el cuerpo permaneciera expuesto a la voracidad de las aves y los perros. Este horror apuntaba a inhibir a los pretendientes al trono, como más tardes harían los romanos con sus víctimas crucificadas en el tiempo de Jesús.

Antígona, llevada a prisión, puso fin a su vida antes de llegar enterarse de que el sabio Tiresias había convencido a Creonte de liberarla y permitirle sepultar el cuerpo de Polinices. Tal y como cinco siglos después, José de Arimatea convencería a Poncio Pilatos que le permitiese que dar sepultura al cuerpo de Jesús bajado de la cruz.

Frente el escarnio de ver a su hermano sin sepultura, Antígona prefirió morir. Ahora, al obligarnos a tratar a los muertos como mero resabio, la pandemia mata en nosotros uno de los más fuertes atributos de la condición humana. Tal es así, que los pueblos indígenas insisten en que jamás van a abandonar la tierra en la cual sepultaron a sus antepasados.

Las imágenes son lúgubres: cuerpos previamente empaquetados lanzados en tumbas sin identificación, mientras sus seres queridos observan a la distancia, impedidos de acercarse para dar el último adiós, inmovilizados por la fuerza necrófila de Hades, el dios del reino de los muertos.

En la guerra, se muere lejos de la familia y muchos cuerpos son enterrados en lugares desconocidos. Sin embargo, en tiempos de paz, las victimas al menos merecen un monumento al Soldado Desconocido. ¿Habrá un monumento en memoria de las víctimas del COVID–19? ¿O serán relegadas al olvido, transformadas en fríos números en las estadísticas oficiales, como muertos desaparecidos? ¿En el Día de los Difuntos adonde depositaremos las flores en recuerdo de nuestro ser querido difunto?

Sabemos que nuestra reticencia frente a las víctimas de la pandemia no es por menosprecio, sino para salvar vidas, la nuestra y las de los demás. Preservamos un principio ético mayor, Dejamos de hacer un bien, los ritos fúnebres, para preservar un bien mayor, la vida. En su admirable novela, Incidente en Antares, Érico Veríssimo relata la huelga de los sepultureros que indujo a los muertos, cuyos cuerpos estaban abandonados frente al cementerio, a salir de sus cajones. Desde el quiosco musical de la plaza principal, con la población alrededor, los difuntos desnudan a los habitantes denunciando corrupciones, abusos y crímenes.

Ojalá que las víctimas del COVID–19 abran nuestros ojos frente a las falacias tales como la privatización de los servicios de salud, el trabajo “esclavo” de los médicos cubanos, los planes de salud privados que, en la propaganda, ofrecen atención ejemplar.

Por Frei Betto. El autor es fraile dominico brasileño y destacado teólogo de la liberación. Es autor de más de 50 libros, como “Fidel y la Religión”.

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