LAJORNADA/México.- En el calendario está registrado el 9 de agosto como el día internacional de los pueblos originarios, nativos e indígenas. El mundo transita por una fase, que no tiene caducidad, compleja, dolorosa que va arrebatando vidas descaradamente. El mundo queda perplejo, se acongoja, El ambiente político se encona. No hay una respuesta correcta, la muerte deambula libremente por las calles de pueblos y comunidades. Y las regiones indígenas están siendo de las zonas más afectadas por la pandemia. El dolor se cuela entre las entrañas, la esperanza se desdibuja, mientras observamos represión, injusticia, inequidad, que aunada a la devastación de la pandemia por Covid-19, sumerge al mundo en un estado de incertidumbre, complejidad, pero también de liminalidad, definida por Victor Turner (1980) a partir de tres características, la ambigüedad, la invisibilidad estructural y la carencia, y la forma en que esto se expresa en los rituales de paso, como la muerte. Los espacios liminales son espacios para la transición. Qué tiempos más ambiguos que los que estamos viviendo actualmente, donde las estructuras institucionales se mueven perversas entre la invisibilidad, donde la carencia de alternativas impide dar respuesta a las necesidades de las personas. Ausencia de recursos e infraestructura para resolver las necesidades de salud, alimentación, vivienda, educación en muchos pueblos y comunidades, y la carencia que cada vez es más evidente, carencia de liderazgos, carencia de procesos sociales que favorezcan la participación ciudadana, carencia de amabilidad en el mundo, sigue prevaleciendo la violencia, el despojo y la avaricia por la acumulación de capital.
Sin embargo, los espacios de liminalidad son también espacios que abren posibilidades. Los Pueblos indígenas han sobrevivido por siglos en estadios de liminalidad porque, aunque no sean reconocidos, hacen arte, aunque no se les encuentre en las galerías porque sanan cuerpos y territorios, aunque no se les reconozcan sus saberes, porque existen, aun y cuando se les haya negado históricamente la existencia.
Los pueblos originarios son la expresión constante de la liminalidad, viven permanentemente en “rituales de paso” por nombrar de algún modo, su resistencia les ha permitido mantenerse por más de 500 años de dominación, genocidio y negación de sus vidas e identidades. Los pueblos originarios, desplazados, despojados, extraños en sus tierras, han logrado permanecer dinámicos y creativos, construyendo historia. Sin embargo, se debe dejar de resistir, porque el resistir implica aguantar la dominación, generar las estrategias de sobrevivencia en los contextos de opresión, es necesario transitar, desde estos espacios liminales, a una realidad diferente para los pueblos originarios, donde las expresiones de sus vidas sean reconocidas como valiosas, no como mano de obra abaratada.
Los pueblos originarios, los pueblos primigenios, no merecen que se les asigne un día en que observemos las estadísticas de la forma en que se les ha oprimido, empobrecido y de la carencia en que viven, sin servicios públicos, sin infraestructura de salud, educación, sin opciones laborales lo cual los obliga al desplazamiento. Se requiere un día, y muchos, en que su majestuosidad sea visible, en que su gozo pueda compartirse con el resto de las regiones, en que no se les limite a estar viviendo en los estereotipos de los que ser indígena significa, porque son los pueblos cual si se tratara de fósiles.
En estos tiempos complejos, que sabemos que están afectando de forma más profunda a las regiones indígenas en México y el mundo, necesitamos tener la capacidad de identificar las posibilidades de transformación que se abren desde la situación de liminalidad en que nos encontramos. Poder transitar a condiciones de una vida digna, a las expresiones creativas de los pueblos originarios y no a los artefactos dañados por el tiempo, pero que han sido los que se quieren preservar en los museos. Definitivamente debemos valorar el arte y la cultura ancestral de los pueblos originarios, pero lo que resulta más importante es valorar plenamente la vida de los pueblos originarios que están vivos, dinámicos y expresando día a día, no únicamente formas de resistencia y sobrevivencia, sino desde la capacidad creativa de ser constructores de su propia historia, de su destino, en autonomía pero reconociendo las interconexiones que todas las personas tenemos entre pueblos y comunidades y con la madre tierra. Honrando la sabiduría de los pueblos indígenas, me sumo a su lógica de construir procesos civilizatorios y de cuidado de la madre tierra que garantice la vida a las generaciones presentes y a siete generaciones posteriores a la nuestra.
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