ELTIEMPO/Colombia.- En Leticia están llorando. Nunca se imaginaron que contra esta tierra, clavada en la selva y apartada de todo, se ensañara un virus que desnudó las deficiencias en su salud y por el cual ya están escasas hasta las tumbas de tantos muertos.
Capital del Amazonas y hogar de unas 49.000 personas, Leticia es el territorio en Colombia con más casos por millón de habitantes. El coronavirus ha dejado 1.003 contagios y 35 fallecidos; además, el Instituto Nacional de Salud (INS) estudia si otros 20 decesos tienen que ver con la enfermedad. En sus dos centros médicos, el Hospital San Rafael y la Clínica Leticia, ya no hay cómo atender a tantos enfermos.
Ya lo había advertido el diputado Camilo Suárez: “El Amazonas está en SOS, señor Presidente, el Amazonas es Colombia y necesitamos de su ayuda. No estamos preparados para atender esta pandemia”.
Las palabras de este indígena llegaron apenas comenzaban los primeros brotes. Unos cuantos días después de pedir ayuda para su departamento, este hombre falleció. Rosa Silva, una de las amigas más cercanas del ‘diputado de la selva’, como lo llamaban, cuenta que este enfermero de profesión había padecido durante unos cinco días de fiebre y una fuerte tos que le impedía respirar.
Suárez pensó que podría ser otro de los contagiados por covid-19 y duró esperando días a que le realizaran la muestra. El viernes 8 de mayo, tras despertar y manifestarle a su esposa Marinelli Menitofe que estaba mejor, se sentó en una silla y se desvaneció.
Marinelli llamó a la ambulancia y a todos sus amigos, entre ellos a Rosa. Pasaron alrededor de 30 minutos y el vehículo nunca llegó. Sus allegados lo montaron en una camioneta con rumbo al hospital, donde llegó sin signos vitales producto de un infarto.
En Leticia lloran a Suárez, uno de los rostros que encarna el drama que viven los pueblos indígenas de esta región del país por cuenta de un sistema de salud que no tiene cómo responderle a un pueblo vulnerable y apartado.
Se comprometieron a proteger la biodiversidad, pero se les debe recordar que la biodiversidad también somos los pueblos indígenas
El indígena Elver Viena, gobernador de la comunidad Jusy Monilla, de la etnia ticuna uitoto, cuenta que cuando empezó el confinamiento ordenado por el presidente Iván Duque en Leticia no había ni un solo caso. De hecho, los informes del INS dan cuenta que solo el 17 de abril se conoció el primer contagio.
Por esos días, dice Viena, a Tabatinga seguían llegando los grandes barcos desde Manaos, cargados de la provisión alimenticia, también vuelos a la terminal aérea de esa población. La dependencia de Leticia con este poblado brasileño es inmensa, por lo que muchos no dudaban en cruzar a diario una frontera terrestre casi imperceptible para trabajar, visitar a sus parientes o mercar.
“Leticia depende de muchas de las cosas que llegan a Tabatinga, comprar un kilo de arroz traído de Bogotá nos cuesta 4.000 pesos; del Brasil, 2.000 pesos”, comenta.
Leticia y Tabatinga, en realidad, son un mismo pueblo con banderas diferentes. Viena relata que esa codependencia y pasos continuos terminaron llevando el virus a territorio colombiano. A lo que suma que el golpe a su región es un efecto secundario de las políticas irresponsables adoptadas por el presidente brasileño Jair Bolsonaro frente al coronavirus.
Incluso, todo el Amazonas brasileño tiene 15.000 casos y Tabatinga se acerca a los 400.
Para Viena, esta enfermedad tiene a los pueblos indígenas ante un inminente riesgo de exterminio físico, pues ya se propagó en resguardos, y recuerda que la promesa de los presidentes de la región en su visita a Leticia en septiembre pasado quedó en veremos.
“Se comprometieron a proteger la biodiversidad, pero se les debe recordar que la biodiversidad también somos los pueblos indígenas”, indica Viena.
Para Jorge Luis Mendoza, alcalde de Leticia, la pandemia lo sobrepasó por completo y desató la peor crisis en la historia de esta capital, donde el covid-19 desnudó los problemas que arrastra el sistema de salud de años atrás y por los cuales la Superintendencia de Salud lo intervino.
A Mendoza le han llovido críticas por su lasitud para tomar medidas; no obstante, asegura que el tema de la salud se sale de sus manos por la falta de recurso y que la vigilancia a la frontera ha sido casi que una misión imposible. La define como un terreno vivo, donde muchas familias tienen la entrada de su casa en Colombia y el patio en Brasil.
“Hay muchas trochas, caminos difíciles de controlar, de verdad que por más que se ponga un policía siempre habrá cómo pasar. Hemos intentado ser estrictos, con pico y cédula, pero la gente piensa que eso es para ir a hacer visitas. Hemos impuesto más de 1.100 comparendos por desacatar el aislamiento”, manifiesta.
Las comunidades indígenas también han sido críticas con su propio pueblo y con los colonos que se niegan a acatar el aislamiento social.
Hay indisciplina, la gente es muy irresponsable en Leticia, pese a que hay personas que están muriendo o contagiándose
Rosendo Ahue, líder indígena del Amazonas, reconoce que una de las causas de la propagación por cada rincón de Leticia es la indisciplina de la gente que no acata los protocolos y que no se reforzó a tiempo las barreras en frontera. Incluso, se conoció que el día de la madre hubo parrandas en varias zonas, entre ellas el barrio Porvenir Castañal, que colinda con Tabatinga y es uno de los sectores más afectados.
Lamenta que la vulnerabilidad de los pueblos sea caldo de cultivo para el virus, pues muchas personas humildes viven del rebusque y se ven obligados a exponerse al contagio.
“Hay indisciplina, la gente es muy irresponsable en Leticia, pese a que hay personas que están muriendo o contagiándose, muchos siguen caminando tranquilamente por las calles, pareciera que no estuviera pasando nada. Muchísimos indígenas estamos expuestos al contagio, estamos en riesgo”, añade.
Hospitales abarrotados
Supersalud tomó el control del hospital San Rafael cuando en Leticia ya había un centenar de contagios. Lo encontró sin mantenimiento, desabastecido de medicamentos e insumos médicos y en el Amazonas, desde el alcalde hasta los pueblos indígenas, celebraron la decisión.
Cuando apenas se avizoraba la tragedia en Leticia, la enfermera Lorena Maldonado corrió cargando una bala de oxígeno por los pasillos del San Rafael para un paciente. Ese 15 de abril, la mujer brindó los primeros auxilios, su única protección fue una bata quirúrgica, un tapabocas N95 y una monogafa.
El hombre era sospechoso de covid-19, por lo que de inmediato les pidió a sus superiores que era posible que se hubiese contagiado al no tener toda la protección adecuada, pero le argumentaron que si tenía el N95 no pasaría nada.
Pasados tres días, se confirmó el positivo del paciente y Lorena empezó a informar que sufría de fuertes dolores de cabeza, fiebre, escalofríos y tos, detalles a los cuales no les prestaron atención en el hospital, por lo que debió seguir trabajando.
Para el 20 de abril su cuerpo no aguantó más y cayó desmayada cuando tomaba unas muestras en la comunidad Arara, sobre el río Amazonas. Pese a sus ruegos para que le tomaran la prueba de covid-19, en el hospital se negaron y tuvo que acudir a la Secretaría de Salud. Su muestra salió positiva.
“Yo no recibí apoyo del hospital. Cuando enfermé no quería ir allá, tenía miedo de quedar intubada y quizá no salir viva”, detalla. Hoy espera los resultados de una nueva prueba para conocer si venció a la enfermedad.
Como Lorena son varios enfermeros que han contraído la enfermedad. De hecho, un médico del San Rafael ya falleció por la enfermedad.
El déficit del hospital San Rafael es evidente. El alcalde Mendoza dice que el virus se ensañó con un municipio sin recursos, en el cual la infraestructura hospitalaria es débil y está complemente fuera de control el número de contagios y muertos.
El virus cobró la vida de una de las personas más queridas en el Amazonas. Antonio Bolívar, un actor indígena que llevó la cultura de su pueblo al mundo con la película ‘El abrazo de la serpiente’, sufrió en carne viva la deficiencia del sistema de salud.
Antonio Bolívar
Cristian Bolívar, uno de sus hijos, cuenta que su padre, de 75 años, cuando enfermó tuvo que esperar tres horas a que llegara la ambulancia y ni en el hospital San Rafael ni en la Clínica Leticia lo querían atender, viviendo un paseo de la muerte.
“Cuando llegamos a la Clínica Leticia a mi papá tampoco lo bajaron de la ambulancia. Allí esperamos que lo atendieran. Un médico salió, con su celular en la mano, enojado y pidiendo explicaciones de por qué lo remitieron del hospital, cuando ellos tenían que atenderlo, era su obligación”, manifiesta Cristian, quien despidió a su papá el 30 de abril luego de cinco días internado en el San Rafael.
El alcalde Mendoza cuenta que la saturación de los servicios es en todos los niveles, teniendo en cuenta que el hospital solo tiene dos ambulancias que no dan abasto para el traslado de enfermos de covid-19.
No solo las ambulancias y las camas están copadas, la tragedia de Leticia se trasladó a los cementerios, donde ya no hay espacio para enterrar más muertos y ahora deben buscar un nuevo espacio para sepultarlos.
Aunque las autoridades locales y los médicos siguen remando contra la corriente y el Gobierno Nacional ha tomado varias medidas para fortalecer los centros médicos, el líder indígena Rosendo Ahua dice que la prevención depende de cada pueblo indígena para aislarse y acudir a las medicinas tradicionales, pues todos los servicios están colapsados y no se puede esperar nada.
0 comentarios