La comunidad refundada

Colabora: Administrador

Publicado: 11 May, 2020

PLAZAPÚBLICA/Guatemala.- «La pandemia actual solo empeora una situación de crisis a la que ha sido sometida la población mundial en un contexto en que el capitalismo neoliberal ha incapacitado al Estado para responder a emergencias» (Boaventura de Souza Santos, La cruel pedagogía del virus).

La pandemia de coronavirus ha dado lecciones determinantes, aunque muchos no entendamos su mensaje, que interpela la sociedad que hemos construido, el modelo económico del cual somos parte, la clase de democracia y política que decimos vivir, la crisis permanente que normalizamos y, sobre todo, qué entendemos por comunidad y cómo la vivimos.

El Estado y las normas e instituciones democráticas nacieron degradadas (coloniales), débiles para el deber ser y fuertes para lo que hacen: reproducir el colonialismo. Por eso el sistema de salud está colapsado y sesgado cultural y territorialmente. La economía, sustentada en el despojo, la explotación y la depredación, efectivamente provocó el derrame planteado por el liberalismo: derrame de miseria, racismo, segregación y exclusión, que anulan el sentimiento de comunidad en la población.

El Estado luce fracasado, sus instituciones desacreditadas y secuestradas por la corrupción, la sociedad civil dispersa y ensimismada con sus débiles acciones en las calles, en los medios, en el trabajo con la población y en los pírricos resultados políticos. Sin ideologías que defender, sustentar o plantear, todo es confusión e ignorancia. El sistema político opera como caja negra que procesa todas las posiciones políticas y da siempre los mismos resultados.

No hay comunidad ni sentimiento comunitario, excepto los remanentes de la organización ancestral de los pueblos que luchan por la supervivencia de sus instituciones, prácticas y saberes. Son víctimas privilegiadas de la acción colonizadora. Están lejos del Estado, en una doble relación antagónica, pero al final de cuentas de determinación mutua: desde las comunidades, la lucha legítima por la autodeterminación, y desde el Estado, la intencionada segregación racial y territorial. Ambas actúan al unísono, separan y aíslan, lamentablemente.

Somos el patio trasero de otros patios traseros de los globalizadores, y por eso el virus se fijó poco en nosotros, afortunadamente.

Las comunidades viven en autismo territorial, sociocultural, político y económico, reaccionando permanente y heroicamente contra el Estado colonialista y depredador. Mientras tanto, este toma como pretexto esas luchas y realidades para no proyectar su acción y políticas que podrían elevar el nivel de vida de las comunidades (llamémoslo desarrollo). Solo los indios permitidos y burocratizados reciben a cuentagotas el derrame del centralismo estatal, monocultural y racista.

En esas condiciones, las comunidades ancestrales son fuertes y sólidas en la defensa territorial y de la vida y en el resguardo de sus recursos naturales, valores y elementos culturales e institucionales. Nada más. Por eso la pobreza y la manipulación política y religiosa campean libremente en dichas comunidades y determinan los parámetros de la desigualdad extrema que caracteriza al país.

El coronavirus se origina, reproduce y concentra de manera masiva en los centros altamente industrializados y urbanizados, y su expansión está en función de la movilidad de las personas que mantienen fuertes y amplias relaciones comerciales, industriales y financieras: la punta de lanza de la globalización. Las comunidades no tienen estas características, y por eso el virus ha sido benigno con ellas. También por eso las estadísticas (aun cuando no haya suficiente información) señalan cantidades de casos aún no alarmantes. Entiéndase bien: no es por la eficiencia del Gobierno, ya que hizo lo mínimo que se estaba haciendo en el resto del mundo. No inventó nada. Solo aprovechó la crisis para endeudarnos a favor de los grandes empresarios.

Somos el patio trasero de otros patios traseros de los globalizadores, y por eso el virus se fijó poco en nosotros, afortunadamente, dada la quiebra absoluta e histórica del sistema de salud. La mayoría de los casos son importados de Estados Unidos y Europa, de gente con capacidad económica distinta a la de la mayoría de las comunidades o de los deportados.

El problema es el futuro. ¿Qué va a pasar cuando las comunidades que cerraron sus puertas a sus propios habitantes deportados y no se preocuparon de crear institucionalidad de salud, ya ancestral, ya pública, se enfrenten a problemas económicos y sociales derivados de la pandemia y de su vulnerabilidad?

No se puede seguir a la deriva, implementando medidas de corto plazo y muy localistas. Porque el Estado, así como está actuando, seguirá ausente y ajeno a la comunidad. Por eso la comunidad ancestral debe refundarse: para enfrentar los riesgos del futuro, que serán económicos y de vida, y recuperar la imaginación preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica.

Por Rigoberto Quemé

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