El coronavirus penetra en el corazón de la Amazonía

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Publicado: 15 Jun, 2020

DIARIOSUR/Brasil.- Amenaza. La pandemia favorece la voracidad de los buscadores de oro y la hostilidad gubernativa hacia los indígenas en Brasil

El oro es una maldición para aquellos lugares que lo guardan en su interior. Conseguir cinco gramos del preciado metal implica remover una tonelada de tierra y el envenenamiento de cursos fluviales. Los garimpeiros, mineros furtivos, penetran en las áreas exclusivas de los indígenas brasileños y devastan porciones de la Amazonía para hacerse con las preciadas pepitas. Antes, su invasión provocaba la destrucción del medioambiente y de modos de vida ancestrales, ahora, estos buscadores de fortuna también expanden el coronavirus.

Tres miembros de la tribu yanomami han fallecido víctimas de la pandemia y hay en curso toda una campaña internacional, #ForaGarimpoForaCovid, que pretende expulsar a los 20.000 infiltrados y su capacidad para infectar poblaciones ajenas a nuestra realidad. Ahora bien, la posibilidad de que el presidente, Jair Bolsonaro, acceda a esta demanda resulta remota.

La ‘gripezinha’, como la denominó el jefe del Ejecutivo, se ha convertido en un fenómeno político devastador para el coloso sudamericano. Desde hace un par de meses, el Banco Central reduce progresivamente el índice de crecimiento y las últimas previsiones ya se hunden en los abismos de la recesión. Además, el poder federal, partidario de preservar la vida económica, se ha enfrentado sin éxito a medidas de gobernadores, como el del Estado de Sao Paulo, que han optado por implantar estrictas medidas de parálisis de la actividad social.

Unos 5.600 nativos se han infectado, cuya mortalidad duplica la general por su frágil sistema inmunitario

Pero no todo son contrariedades para el ultraderechista mandatario. El caos originado ha proporcionado algunos beneficios, como distraer la atención de la opinión pública y desmovilizar a los cuerpos de seguridad que, teóricamente, protegen a los colectivos afectados. En el río revuelto de la Covid-19, los partidarios de esquilmar las últimas áreas vírgenes han obtenido insólitas ganancias. En febrero, Bolsonaro presentó un proyecto de ley para legalizar a las empresas mineras que han penetrado ilegalmente en áreas protegidas y los garimpeiros suponen una punta de lanza para firmas que aspiran a una explotación sistemática.

En 2019 incluso intentó desmantelar el sistema protección de los nativos con proyectos liquidadores como la desaparición de la institución nacional que vela por su salud.

La iniciativa a favor de los yanomamis ha sido impulsada por organizaciones nativas y entidades de derechos humanos como Survival. El proyecto quiere desvelar este entramado de intereses espurios y salvaguardar el futuro de los yanomamis, comunidad indígena que habita una reserva forestal de 9,6 millones de hectáreas. Sus informes denuncian una situación acuciante. Los cálculos hablan de 5.600 nativos infectados tan solo en las áreas cercanas a las explotaciones, el 40% de la población total de la zona, y advierten que la región en el noroeste del país es la más proclive a la expansión del coronavirus.

La Madre Tierra se enfrenta a días oscuros, según fuentes de la Asociación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), que habla de más de 200 de sus miembros muertos por el coronavirus y algunos otros que, durante este periodo de lucha médica, han fallecido por causas desconocidas y han aparecido en las cunetas de carreteras con un balazo en la frente. Tras el efecto letal de la malaria, el sarampión, la viruela y la hostilidad de los usurpadores, la nueva enfermedad ha agudizado el desamparo de los primeros pobladores.

Grupo de máximo riesgo

La mortalidad nativa duplica la general y la precariedad de su sistema inmunitario los convierte en grupo de máximo riesgo en un país donde la pandemia aún no ha alcanzado su pico. Con 42.720 fallecidos y 850.000 afectados, Brasil es el segundo Estado del mundo con mayor incidencia de la Covid-19.

El confinamiento constituye la clave para detener la expansión de la enfermedad tanto en los entornos fieles al progreso tecnológico como en otros que reclaman su derecho a vivir fieles a una cultura ancestral. El cacique Raoni Metuktire, representante de uno de los 305 pueblos indígenas brasileños, ha abogado por que los nativos permanezcan en sus aldeas y no acudan a las ciudades, otro de los focos de la expansión del virus.

El distanciamiento social no es respetado en Brasil, uno de los factores que ha impulsado la enorme morbilidad. La dependencia de las tribus de proveedores externos complica su dependencia. La ONG francesa Planet Amazon recauda fondos para garantizar ese flujo sin riesgo de contagio, pero los jefes locales denuncian la retención de las partidas por una burocracia empeñada en complicar el abastecimiento.

El drama se antoja aún más cruel para quienes ni siquiera saben que forman parte de este convulso planeta, sometido a una crisis sanitaria y económica. Los garimpeiros, en su afán por buscar el mineral refulgente, se han acercado a grupos no contactados, caso de los moxihatateas, extremadamente vulnerables. Pero, hasta la fecha, el peligro no ha alentado una política oficial de protección.

Bolsonaro es meridianamente claro en su postura. Cree que la Amazonía no debe ser Patrimonio de la Humanidad ni el pulmón del planeta, y que los indios deben integrarse, eufemismo que, presuntamente, vela intenciones mucho más perversas.

GERARDO ELORRIAGA

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