PÁGINASIETE/Bolivia.- Como si fuera ayer, Ana Choque, de 63 años, recuerda el día cuando se convirtió a sus ocho años en la acompañante y mano derecha de su abuela para atender partos. Así aprendió este oficio que en la pandemia del coronavirus se volvió en una alternativa para las embarazadas que no encontraban atención en un sistema de salud colapsado.
Orgullosa, Choque cuenta que un día del pasado agosto -uno de los meses pico del coronavirus en el país- se hizo cargo de 15 partos. “Fue una jornada muy ajetreada, pero logré atender a todas las madres”, dice y revela que ve a todas sus pacientes como hijas. Con ese cariño las trata antes y después del alumbramiento.
Desde el inicio de la pandemia en el país hasta la fecha -seis meses- Choque atendió a madres de las ciudades de La Paz y El Alto, además de algunas provincias. “Recibí unos 150 bebés durante todo este tiempo”, calcula e indica que por la emergencia no lleva un registro minucioso de cada nacimiento.
En primera línea, Choque -que tiene más de 40 años de experiencia- se dio modos para atender a las gestantes en plena pandemia. Se compró barbijos, batas, alcohol con gel y guantes, entre otros insumos de bioseguridad. Lo único que recibió del Servicio Departamental de Salud (Sedes) de La Paz es el permiso para la circulación del vehículo en el que se traslada hasta las casas de sus pacientes. “No me dieron nada más”, dice con tono de resignación. “Gracias a Dios no me he contagiado la enfermedad”, cuenta.
Tiene todo listo para salir de casa en la madrugada, en la mañana, en la tarde o en la noche, a cualquier hora. “Me avisan que ya tienen los dolores, les hago unas cuantas preguntas y salgo de inmediato”, dice.
Hay días en que el celular de Choque no deja de sonar. Siempre recibe llamadas de mujeres o de familiares que necesitan atención para la mamá. Si la partera no contesta es porque está en plena atención de un parto. En la pandemia atendió por mes entre 20 y 30 alumbramientos; antes de la llegada del coronavirus, en ese periodo, recibía máximo 14 recién nacidos.
Gracias a los saberes de su abuela, Choque aprendió a identificar la posición de los bebés con tan sólo tocar las barrigas de las embarazadas. Ella sabe muy bien cuándo es el momento oportuno para el alumbramiento. “Es un don heredado”, dice en su intento de explicar cómo aprendió a recibir a los pequeños.
Como un ritual, cuando el bebé comienza a llorar, Ana lo envuelve en unas mantas de algodón. Luego, entre sonrisas, emoción y lágrimas, la partera entrega al bebé a la mamá. Después, recibe los abrazos de los parientes.
Casi nunca, la partera -que es considerada la más antigua en este oficio en el departamento de La Paz- rechaza a una paciente, pero en la pandemia se vio obligada a decir no, con el corazón destrozado. “Me siento mal, me da pena. Tuve que decir que no podía atender a una joven porque tenía Covid-19. Es mucho riesgo”, explica y pone como principal impedimento la falta de un traje de bioseguridad.https://86b02b27356a21f0ad2c7e15ff480fb1.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-37/html/container.html
Pese a las limitaciones, Choque se convirtió en una luz de esperanza para las embarazadas que no acceden a un centro de salud por miedo a contagiarse el coronavirus o porque fueron rechazadas por el personal de salud ante el colapso del sistema.
“En pandemia, las embarazadas tienen miedo, están asustadas, piensan que pueden perder a sus niños o que se pueden contagiar la enfermedad”, expone. Y por eso, cada vez que visita a una paciente en su casa, Choque le da también palabras de aliento, la trata como una hija, tal como lo hacía su abuela. Y es que aprendió que una de las claves de su oficio -que también busca heredar en su familia- es el amor.
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