Pueblos Yuqui y Yuracaré afrontan la Covid-19 ante el olvido de autoridades

Colabora: Administrador

Publicado: 23 Nov, 2020

PÁGINASIETE/Bolivia.- Rosa Guaguazu, de 71 años, no puede caminar. Pasa todos los días en su cama, sobre una hamaca o sentada en el patio de su pequeña vivienda en Pachino, su natal comunidad  Yuqui. Como muchos en su pueblo, ella contrajo la Covid-19 y -pese a su avanzada edad, las dolencias que padece y las carencias de su pueblo- logró vencer al virus.

  Aislados y sin servicios básicos, como agua potable o energía eléctrica,  más de 1.500  yuquis y yuracarés  afrontan la pandemia  ante el olvido de autoridades. El 50% de la población de ambas comunidades  -más de 700 personas- contrajo el coronavirus. No se registró ningún deceso, aunque el riesgo es latente por la alta vulnerabilidad de estos pueblos indígenas.

  De acuerdo con el último reporte de la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS), hasta mediados de septiembre en las naciones indígenas de Bolivia se habían registrado 2.834 casos positivos  y 16 fallecimientos a causa de  Covid-19.

Estos pueblos que habitan en el  trópico cochabambino son considerados en riesgo de extinción debido a su aislamiento y a la falta de servicios, lo que los expone a enfermedades y el peligro crece ante la pandemia. Los centros de salud son insuficientes, los médicos pocos y los insumos escasos. 

Los yuquis  son más de 300 y viven  en  dos comunidades: Bia Recuaté, que pertenece al municipio de Chimoré, y Pachino, a Puerto Villarroel, ambas separadas por el río Chimoré.  

Los yuracarés son más de  1.000  y habitan en seis pueblos dispersos en el municipio de Puerto Villarroel. Ambas naciones originarias conservan su idioma y su cultura viva.

La familia  de la cacique mayor  Isategua en  Bia Recuaté.
Foto: Rubén Rodríguez

50% de contagios

    
“Aquí duele mucho”, explica doña Rosa  con señas   mientras muestra su cabeza y  espalda. Su  idioma materno es el yuqui y no domina el castellano, pero da a entender que son secuelas del virus. 

Su nieta Viviana  –de 23 años, madre de una niña de tres años y de un bebé de 10 meses– también padeció los síntomas.  En el centro de salud de Bia Recuaté le tomaron la muestra PCR. Los resultados tardaron más de tres semanas y dieron negativo. Ella cree, sin embargo,  que se contagió en Shinahota durante un corto viaje. “Yo creo que muchos más nos hemos enfermado sin darnos cuenta; más bien no hay muertos”, dice.

 “Fue un milagro”, asegura   Jimena Torrico, una de los dos médicas del centro de salud de Bia Recauté que atiende a 300 habitantes de la comunidad indígena Yuqui. Ante la falta de insumos y equipos para atender casos graves, la doctora busca respuestas en la fe: “Dios ama mucho a esta gente y los protegió”. 

Autoridades locales de ambas naciones coinciden en  que al menos 50% de yuquis y yuracarés  contrajeron  el virus. La mayoría de los niños fueron asintomáticos y hubo pocos casos de  riesgo. Combatieron los síntomas con los fármacos que disponían y también con   medicina natural. Realizaban   infusiones de limón con miel o cebolla cocida en las brasas. La ayuda y solidaridad entre ellos fue clave para salvar vidas.

Los yuquis frente al virus

La familia de Carmen Izategua, cacique mayor del Consejo Indígena Yuqui, también contrajo el virus. “Yo me he contagiado, pero la enfermedad no me ha vencido. Las hierbas que conocemos las hicimos hervir (y con eso) nos bañamos, tomamos. Nadie ha muerto de coronavirus de los yuquis. Fue gracias a Dios”, cuenta Carmen.

El esposo de Izategua, Marcelino Ayala –oriundo de Cochabamba-, desarrolló los síntomas, pero considera que fueron leves. Carmen estuvo más delicada y él tuvo que asumir su cuidado y el de sus dos  hijos de cinco y dos años. “Ella estaba en la casa. Ahí nomás se quedaba para descansar. De afuera hicimos traer algunas yerbas para curarla”, cuenta Ayala.

Loyda Izategua, de 60 años, relata que estuvo a punto de morir  a causa de la Covid-19 y las complicaciones por otros males que padece: falencia cardiaca y presión alta. Pese a los augurios desalentadores para los adultos mayores –son considerados la población vulnerable al virus- se mantuvo confiada de que iba a superarlo.

 “Nos decían que los mayores de edad van a ser los primeros en morir, pero yo no tuve miedo. Mi hermano también casi muere; tuvo fiebre, vómitos y diarrea por más de un mes. Dios nos ayudó mucho a nosotros”, evalúa ahora Loyda.

En la comunidad  Bia Recauté está la unidad educativa Yacuaté, donde  funciona un internado para niños, niñas y adolescentes huérfanos. Acoge a 85 estudiantes y 34 menores internos.

El responsable del albergue hace cinco años, Roly Justiniano, dice que  el 50% de los menores  presentaron síntomas del virus. Explica que durante la cuarentena les llegaron donaciones de víveres y que él  también enfermó.  “La mitad de  los niños se enfermó, ninguno de gravedad felizmente. Vino ayuda de víveres y después de repartir me puse mal”, relata.

El centro de salud  Bia Recuaté del pueblo Yuqui.

 Los yuracarés, desprotegidos

La situación es  similar en las seis comunidades  yuracarés. Llegar a estos territorios es dificultoso; los accesos son a través del río Chimoré, mediante canoa; y desde los municipios Ivirgarzama o Puerto Villarroel, por tierra .

La familia de Santos Flores, de la comunidad yuracaré Soltera  –a  dos horas en canoa desde Bia Recauté- también se contagió. “Me dio fiebre y dolor de cuerpo. Un día me puse muy mal. A mis hijos, gracias a Dios, no les dio nada”, cuenta mientras siembra papa en su chaco  junto a sus pequeños de 12, 11 y nueve años. 

Los médicos le facilitaron paracetamol e ibuprofeno, pero el mejor remedio fue el limón con miel, asegura Santos.

Las comunidades vecinas de Tres Islas y Santa Isabel de los yuras están distantes a más de una hora en viaje por río .  Durante el día, los originarios van a trabajar a sus chacos, lo que dificulta el trabajo de los visitadores médicos. 

“Se han contagiado la mayoría de los yuras. Tampoco tuvieron medicamentos.  El tratamiento, sobre todo, fue natural, con remedios caseros”, corrobora el asambleísta indígena  Abel Iara.

 Indiferencia estatal y municipal

La cacique mayor Izategua contó que durante los meses de  cuarentena rígida  -de marzo a junio- los yuquis padecieron muchas necesidades. No tenían   alimentos como carne, verduras ni a medicinas porque viven aislados. La producción de sus chacos fue la principal fuente para su subsistencia.  https://dabac38b00f135c5a77473e4e89b78e1.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-37/html/container.html

Lamentó que no hayan recibido ayuda para luchar contra el virus de parte de las alcaldías de Chimoré y Puerto Villarroel, de la Gobernación ni del Estado.

“No hemos recibido nada de la Alcaldía. Solo los del Servicio Departamental de Gestión Social vinieron a dejar víveres para el internado, para los niños huérfanos”, dijo la líder indígena.

Con recursos propios, provenientes del Plan General de Manejo Forestal Comunitario, compraron un limitado stock de medicinas. Adquirieron paracetamol, ibuprofeno, ivermectina, azitromicina, barbijos, suero, oxímetros y otros insumos que fueron distribuidos a los originarios. 

Esa adquisición de medicamentos, que implicó una inversión de más de 20.000 bolivianos,  les sirvió como “botiquín básico”. Sólo después que pasó el pico de la pandemia  llegaron medicinas y equipos de donaciones, de las alcaldías y otras instituciones.

Pasó lo mismo en los pueblos yuracarés. “Se gestionó trajes de bioseguridad para el personal médico, pero no hubo medicamentos”, reafirma el asambleísta Iara.

*Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo Concursable Spotlight VIII de Apoyo a la Investigación Periodística en los Medios de Comunicación que impulsa la Fundación Para el Periodismo con el apoyo del European Journalism Centre.

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